ALMO Santiago Avila .- Son muchos los programas de dirección de
empresa que fundamentan la validez de sus enseñanzas -y consecuente
aprendizaje- a partir de conocimientos
de naturaleza puramente intelectual. Conocimientos que, por otra parte, se
muestran como insuficientes para el buen gobierno de cualquier institución.
El panorama universitario actual
-incluidas en él una parte importante de las escuelas de negocios- se muestra
ajeno al desarrollo de la capacidad emocional en el individuo, de tal forma que
son multitud las personas que añaden a su título universitario una torpeza más
que evidente en sus relaciones con los demás.
Tal incompetencia encuentra
fundamento, entre otras consideraciones, en una pobre comprensión de su
naturaleza interpersonal. El mundo exterior -el de la relación interpersonal-
anticipa la pobreza de su mundo interior, el intrapersonal. De ahí que se
derive la importancia de acercar la enseñanza de la inteligencia emocional a la
comunidad educativa, sea o no universitaria, porque se ha menospreciado
sobremanera la emoción en beneficio del intelecto.
Pero con el redescubrimiento de
la emoción no queda resuelta la ecuación de la formación integral del individuo.
Eduard Punset se refiere a la misma " Distintos experimentos efectuados en
el curso del año recién terminado tienden a demostrar que, cuando se afilan las
técnicas emocionales, se está preparando el terreno no solo para hacer el bien
a los demás, sino las posibilidades de manipularlos con fines no aprobados...
Cuando uno puede controlar sus propias emociones, puede mentir con mayor
facilidad. Se puede disfrazar el dolor con una sonrisa...".
Parece cuanto menos chocante que
demos vueltas y más vueltas a todo tipo de inteligencias para finalizar
postrados ante una realidad que se nos
manifiesta contumazmente tozuda: hemos descubierto la ética.
En nuestra forma de construirnos,
de hacernos, añadimos conocimiento intelectual sobre una base emocional que no
acaba de perfeccionarse nunca del todo, y que encuentra sus primeros
fundamentos en la familia, compañeros de colegio, deporte, amistades, etc. De
la pobreza de este primer lecho emocional depende en gran medida su desarrollo
posterior. Y es así por el distanciamiento con lo emocional de toda la cadena
formativa a la que debe aferrarse el individuo. No se puede perfeccionar lo que
no se trabaja.
Pero el armazón de nuestro
edificio personal no queda resuelto con
la sola presencia de habilidades, bien
sean intelectuales o emocionales, a ellas debemos añadir criterio ético.
Como decía Ortega y Gasset
"... Esa vida con que nos encontramos, que nos ha sido dada, no nos ha
sido dada hecha. Tenemos que hacérnosla nosotros. Esto quiere decir que la vida
consiste en una serie de dificultades que es preciso resolver..."
¿Cómo las resolvemos? O mejor
dicho ¿Cómo nos edificamos?, ¿Cómo nos construimos día a día? Pues lisa y
llanamente a través del ejercicio de nuestra capacidad de decidir, esto es,
tomando elección entre las alternativas que se nos muestran. Así se hace, así
se dirige nuestra vida: eligiendo, tomando partido. De ahí la sentencia
"Somos lo que hacemos".
Pero nuestra mente lógica y
racional, más pronto que tarde, se enfrenta con la paradoja de que son contadas
las ocasiones en las que se sabe qué dirección tomar. Si desconozco la meta significa que no la he
buscado. O dicho de otra forma, si no me he dotado de una misión en la vida
indica que la he reflexionado pero no la he encontrado. ¿Cómo saber qué
dirección tomar?
Pero para todo aquel que ha
tenido oportunidad de moverse por un terreno desconocido, auxiliado con la sola
presencia de una brújula y un plano, conoce que tan importante resulta saber la
posición en la que se encuentra como el destino final al que se dirige. De
forma pareja resulta nuestra situación vital. En infinidad de ocasiones no
sabemos hacia dónde dirigir nuestros esfuerzos e ilusiones; otras, en cambio,
simplemente se nos anticipa lo que no nos gusta, que ya es mucho. Pero en
cualquier caso, sepamos o no el logro anhelado, estamos en disposición de no
vagar erráticamente.
Solamente si asimos con firmeza
valores de naturaleza superior -denominados principios por su condición de
universales e intemporales-, tales como la justicia, el servicio a los demás,
la entrega incondicional y amorosa, entre otros, estaremos en situación de no
sentirnos perdidos, abocados al mayor de los vacios (la crisis noogénica de
Viktor Frankl).
La inteligencia emocional supone
dos tercios del éxito en la empresa, muy por encima del tercio intelectual
restante. Pero si la conciencia política, la empatía, la negociación, la
capacidad de comunicación, entre otras cualidades propias de la inteligencia
emocional, no están gobernadas por la conciencia ética lo único que se habrá conseguido
es la instauración de un sistema cínico y mentiroso abierto a todo tipo de
comportamientos hipócritas.
Es por ello que sigue siendo
cierto que quién no se gobierna a sí mismo con criterio ético, inteligencia
moral e intelectual suficientes, resultará nefasto para cualquier organización
que persiga la excelencia. El resto simplemente sumirá a su institución en el
ruido de fondo habitual.
Santiago Ávila
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